Ya sea consecuencia de una otitis o de una sordera brusca, de una carga por ruido excesivo o sencillamente del paso de los años; una pérdida auditiva puede tener muchos motivos. Los especialistas distinguen dos formas principales de
la hipoacusia, en función del sitio del oído donde se encuentre el motivo que la origina.
Los daños en el oído externo y en el oído medio provocan lo que se denomina como hipoacusia de transmisión sonora, ya que impiden la normal transmisión de las ondas sonoras. Habitualmente a los afectados no les cuesta seguir
las conversaciones, pero sólo escuchan los sonidos a partir de una intensidad determinada.
Por su parte, los daños en el oído interno afectan a las células sensoriales o al nervio auditivo y provocan que las señales acústicas lleguen al cerebro con alteraciones. En ambos casos, siempre
es importante consultar
con su fonoaudiólogo o médico otorrinolaringólogo.
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Hay muchas otras causas de una hipoacusia de transmisión sonora. Así, también un defecto del tímpano o una interrupción en la cadena de huesecillos pueden provocar una reducción auditiva. La buena noticia: en la medida en que se efectúe un examen médico previo, los audífonos pueden compensar en buena medida un daño ya producido.
En el caso de una sordera brusca se produce una pérdida acústica en el intervalo de unos pocos minutos. Provocada a menudo por estrés, esta sordera brusca puede ser ligera pero también de un grado tan alto que incapacite casi por completo la audición de la persona afectada. En cualquier caso se necesita una exploración a fondo del oído. Si en lo sucesivo persiste la pérdida auditiva pese al tratamiento médico, ésta se puede compensar mediante un audífono.
En el transcurso de la vida se reduce la capacidad funcional de las células sensoriales ciliadas en la cóclea. El resultado es una reducción auditiva progresiva e inadvertida, que comienza en el intervalo de frecuencias agudo. Los audífonos pueden provocar por sí mismos la recuperación y mejorar claramente la comprensión lingüística.
Ya sea por motivos profesionales o privados, estamos expuestos a un ruido cada vez mayor. Trabajos de construcción, ruido del tráfico o la música a un volumen excesivo suponen una carga considerable para nuestros oídos. Las células ciliadas pueden sufrir daños, obstaculizando de forma duradera nuestra capacidad auditiva. Sobre todo las personas que frecuentan espacios ruidosos deberían cuidar sin demora sus oídos con la correspondiente protección auditiva. Por otra parte, las reducciones auditivas ya ocurridas se pueden compensar en buena medida mediante audífonos. Además de los niveles de ruido constantes y prolongados de la vida cotidiana, los incidentes sonoros breves y muy intensos, como por ejemplo las explosiones de fuegos artificiales, pueden ser muy dañinos para el oído, y pueden provocar en unos milisegundos el grado de envejecimiento que se produce en años.